Tú, nebulosa que vuelas de puntillas por encima de las casas.
Tejas de barro, granito, mármoles travertino, te da igual. Tú, que vuelas por
encima de todos los tejados del mundo y conoces todos los mares y pueblos del
planeta. Eterna ausente de clasismo y de la clase. Tú, que te has llevado a
tantos... Masa escamosa oculta que tanto te divides e invades pueblos, naciones
y almas; tú, que te escondes detrás de
nuestras ecuaciones, algoritmos y probetas. Tú, traidora innata y ladina que te
esparces por el mundo. Tú, que tocaste ayer la puerta de mi casa. Tú, que hoy
has sido vencida por la mejor persona que jamás conoceré: mi Padre.
Como si te viese tras la foto. Desde aquel entonces, cuando
los bancos de arena eran gigantes en Palmones, cuando él empezaba a quitarme
los ruedines y yo pescaba con chambél. Desde entonces, ahí estabas tú. Escondida,
agazapada, detrás de aquellas rocas ordenadas del espigón. Pues patinas
escondida detrás de nuestras vidas, merodeas por los despachos, por los cines,
por los parques, incluso por las playas. Dicen que ni los genios
embatados saben de tu origen. Algunos dicen que te escondes detrás de la espuma
de una cerveza helada o del humo del cigarro de las tres, de la carne roja o
del carbón. Pero, pensarás: ¿qué sabemos de ti todavía, verdad? Te escabulles
entre vacíos vitales, haciendo zigzag entre la ignorancia y el placer para
presentarte como un tsunami allá donde tu oscuro random haya decidido caer.
Dicen que divagas por el mundo extendiendo tus tentáculos, haciendo guerra y
llamando a filas a cada familia y a cada puerta que dictas. Hoy tengo que
confesarte que nunca fuimos a contienda, que nuestras armas de odio, junto al
miedo, seguirán guardados en el armario. El Capitán nunca nos dio opción a
sacarlas, pues es eso, el odio y la guerra, tu objetivo y tu alimento ¿Cómo íbamos
a combatirte con la esencia de la que tú te compones?
Y aún así, desde aquella mirada perdida de mi padre,
sentados en tu sala de tortura, ya podía oler tu muerte. Gritabas. Escuchaba tus aullidos
entre sillas verdes acolchadas y catéteres que disparaban vida, sollozabas
mientras te quemábamos disfrazados con mascaras de esgrima, te compungías con
cañones de platino, y agonizabas en los hospitales cuando veías a esos héroes
vestidos de celeste. (Gracias, Aladines). En cada sonrisa nuestra había un
lamento tuyo, en cada esperanza un miedo atroz, y en cada abrazo, tropezaba torpemente
tu estadío. Buscabas lo contrario, lo se, pero eso aquí no lo ibas a encontrar;
conmigo quizás lo hubieras encontrado, y quizás lo hagas, pero con él estabas
perdiendo el tiempo. Y quien lo conoce sabe que lo estabas perdiendo, que esta
vez te habías equivocado, que habías pinchado en hueso. Y es por eso, por lo
que su victoria, nuestra victoria, ya es un hecho. Lo siento.
Sin mas dilaciones, y sin querer robarte más tiempo, (pues tampoco
te creas que te queda tanto), solo me queda decirte la última cosa que escribí
sentado frente al Capitán. Y, como ahora, en frente tuya.
FUERA DE MI CASA.
Malditos sean los duendes con que siembras,
tu carácter escamoso, tu semilla.
Maldito sea el olor de tu silencio,
mi carácter confiado, tu capilla.
De estirpe vergonzosa, tú que liendras,
asesinos en mil almas: Pesadilla.
De frente, me dirijo y te sentencio,
a morir envenenado aquí en Sevilla.
Benditos sean por contra hoy el Platino,
las Radios sin oyentes, los valientes,
que matan con su bata a lo ladino.
Amante de la pena y lo dañino,
Amor y Valentía, esa es tu muerte,
largarte de mi casa tu destino.
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