Por esas manos cruzaditas, por esas venas superpuestas, por esas miradas casi perdidas. Por ese pulso al descompás, por ese paso al compás de bulería, por esa cabeza a las 15:00, por esas cuatro canas negras, por esa derrota de la ilusión al tiempo. Por todo esto, yo hoy escribo a mi Primera Edad. Nuestros abuelos.
Perdonad, pero antes que nada tenía que explicar cuáles han sido los motivos que me han llevado a levantar la huelga, y a aporrear este qwerty de manera desgarrada. Pero como dice Konrad Adenauer "Cuando alguien habla demasiado, sus palabras suenan sin oírse."
Fue fruto del azar, el que mi coche en ese momento estuviera hospitalizado y eso me permita ahora redactaros lo ocurrido. Estaba el viernes pasado en el metro de Madrid, a las 8 de la mañana allí sentado. Apenas compareciente, allí sosteniéndome la cabeza para que no se cayese y rodara al vagón contiguo. Y fue cuando escuche algo, un sonido inusual (aunque cualquier sonido allí lo fuera): <<ghhh…. jhhh....fhg.....>>. Era como susurro, un bisbiseo. Entre una sonrisa, un llanto y un quejío. Era una carcajada vergonzosa que rompía ese maldito silencio sistemático y perezoso que reina en tierras subterráneas cuando toca la campana. Levanté la mirada y los vi. Una pareja de abueletes risueños enzarzados en una interesante conversación. Abuela y abuelo mirándose a los ojos, sonriendo, que si se morían de algo era de la risa. Iban cogidos de la mano con una fuerza hidráulica, con los ojillos entreabiertos que se dejaban ver con dificultad, brotando desde dentro de ese mar de arrugas y manchas café sobre esa tez blanca. Estaban fundidos. Apuesto que se tenían el uno al otro de hacía más de medio siglo, pero por un momento se acabaron de conocer.
Yo me quedé mirando fijamente, intentando disimular mi asombro y lo que me estaba pasando; del fondo de mi estómago iba emanando una sonrisa traviesa, y las mejillas iban subiendo, poco apoco, sin tener ningún tipo de control sobre ellas, no lo podía evitar mientras miraba. Era exactamente la misma sonrisa que se produce cuando miras a un niño pequeño que no conoces pero te parece entrañable, cuando estas en un ascensor y al agachar la mirada te encuentras a ese Juanito, Miguelito, Cristinita; da igual, pero le sonríes.
Y allí estaban, sentados, representando una mágica función donde interpretaban a varios sentimientos, pero sobre todo, de forman simultánea, representaban a uno; esa mañana iban en nombre del amor, de la alegría, de la locura, de las ganas de vivir, pero sobre todo, en nombre de la ILUSION. Riéndose de todo el mundo, de todos los que como yo mirábamos el reloj e íbamos preocupados porque llegábamos tarde al curro, de todos los que carecen de ilusión actualmente, y de todos los que parece que la vendieron. Pero sobre todo, eso sí, se reían de Janeiro…
En tiempos en los que los departamentos de comunicación de los partidos políticos (los periódicos) hacen protagonistas a la crisis, al paro juvenil, a las reformas, los recortes, los fraudes, el sistema educativo para los más pequeños, a los eres, a las eras, y a los Eros de algunos otros... se olvidan de los jefes indios, de los testigos, de los que por estadística más deberían opinar, de nosotros dentro de unos años si tenemos suerte. Todos. Y Quizás, ahora que el azar que me daba este fruto tenía que aprovechar y homenajearles.
Me gustaría gritar desde aquí, sin que se entere nadie. A los que piensan que su mesa de camilla son su única compañía, a los que de reojo miren el reloj de arena, y a los que piensen que la amiga de negro está ya aquí...: Que la ilusión no necesita de lozanías y no necesita de minifaldas, sino la ilusión está en un paseo al sol, en una conversación con alguien que no conoces, en andar y andar, en perderse, en seguir sorteando losetas mientras caminas. En mirarse al espejo y peinarse porque es sábado, lunes, da igual, en pedirle a tu nieto que te traiga alguna película y hundirte en el sofá a disfrutar, en escuchar música que eches de menos, en echar de más a todo lo malo que te hace que te cueste más respirar. Y cuando ya hayáis hecho todo eso, sabréis que sois la envidia de todos. Y ¿Qué hacer entonces? Salid balcón y sonreír.
Y desde aquí, y ahora sí, me pongo a apretar la comisura, y a poner ojos de sospechoso sin sospechar de nada. Cuando pienso en tres nombres: José Luis, María del Carmen y María Dolores... Ahii... ¿Qué os puedo decir? Pues solo que os agarréis, porque este metro por ahora va a seguir su trayecto.
¿Y a la siguiente parada?
Salid al balcón, y sonreír...
Perdonad, pero antes que nada tenía que explicar cuáles han sido los motivos que me han llevado a levantar la huelga, y a aporrear este qwerty de manera desgarrada. Pero como dice Konrad Adenauer "Cuando alguien habla demasiado, sus palabras suenan sin oírse."
Fue fruto del azar, el que mi coche en ese momento estuviera hospitalizado y eso me permita ahora redactaros lo ocurrido. Estaba el viernes pasado en el metro de Madrid, a las 8 de la mañana allí sentado. Apenas compareciente, allí sosteniéndome la cabeza para que no se cayese y rodara al vagón contiguo. Y fue cuando escuche algo, un sonido inusual (aunque cualquier sonido allí lo fuera): <<ghhh…. jhhh....fhg.....>>. Era como susurro, un bisbiseo. Entre una sonrisa, un llanto y un quejío. Era una carcajada vergonzosa que rompía ese maldito silencio sistemático y perezoso que reina en tierras subterráneas cuando toca la campana. Levanté la mirada y los vi. Una pareja de abueletes risueños enzarzados en una interesante conversación. Abuela y abuelo mirándose a los ojos, sonriendo, que si se morían de algo era de la risa. Iban cogidos de la mano con una fuerza hidráulica, con los ojillos entreabiertos que se dejaban ver con dificultad, brotando desde dentro de ese mar de arrugas y manchas café sobre esa tez blanca. Estaban fundidos. Apuesto que se tenían el uno al otro de hacía más de medio siglo, pero por un momento se acabaron de conocer.
Yo me quedé mirando fijamente, intentando disimular mi asombro y lo que me estaba pasando; del fondo de mi estómago iba emanando una sonrisa traviesa, y las mejillas iban subiendo, poco apoco, sin tener ningún tipo de control sobre ellas, no lo podía evitar mientras miraba. Era exactamente la misma sonrisa que se produce cuando miras a un niño pequeño que no conoces pero te parece entrañable, cuando estas en un ascensor y al agachar la mirada te encuentras a ese Juanito, Miguelito, Cristinita; da igual, pero le sonríes.
Y allí estaban, sentados, representando una mágica función donde interpretaban a varios sentimientos, pero sobre todo, de forman simultánea, representaban a uno; esa mañana iban en nombre del amor, de la alegría, de la locura, de las ganas de vivir, pero sobre todo, en nombre de la ILUSION. Riéndose de todo el mundo, de todos los que como yo mirábamos el reloj e íbamos preocupados porque llegábamos tarde al curro, de todos los que carecen de ilusión actualmente, y de todos los que parece que la vendieron. Pero sobre todo, eso sí, se reían de Janeiro…
En tiempos en los que los departamentos de comunicación de los partidos políticos (los periódicos) hacen protagonistas a la crisis, al paro juvenil, a las reformas, los recortes, los fraudes, el sistema educativo para los más pequeños, a los eres, a las eras, y a los Eros de algunos otros... se olvidan de los jefes indios, de los testigos, de los que por estadística más deberían opinar, de nosotros dentro de unos años si tenemos suerte. Todos. Y Quizás, ahora que el azar que me daba este fruto tenía que aprovechar y homenajearles.
Me gustaría gritar desde aquí, sin que se entere nadie. A los que piensan que su mesa de camilla son su única compañía, a los que de reojo miren el reloj de arena, y a los que piensen que la amiga de negro está ya aquí...: Que la ilusión no necesita de lozanías y no necesita de minifaldas, sino la ilusión está en un paseo al sol, en una conversación con alguien que no conoces, en andar y andar, en perderse, en seguir sorteando losetas mientras caminas. En mirarse al espejo y peinarse porque es sábado, lunes, da igual, en pedirle a tu nieto que te traiga alguna película y hundirte en el sofá a disfrutar, en escuchar música que eches de menos, en echar de más a todo lo malo que te hace que te cueste más respirar. Y cuando ya hayáis hecho todo eso, sabréis que sois la envidia de todos. Y ¿Qué hacer entonces? Salid balcón y sonreír.
Y desde aquí, y ahora sí, me pongo a apretar la comisura, y a poner ojos de sospechoso sin sospechar de nada. Cuando pienso en tres nombres: José Luis, María del Carmen y María Dolores... Ahii... ¿Qué os puedo decir? Pues solo que os agarréis, porque este metro por ahora va a seguir su trayecto.
¿Y a la siguiente parada?
Salid al balcón, y sonreír...
LA ILUSIÓN DE LA PRIMERA EDAD.
Que se acuesten ya Calisto y Melibea,
que estos niños de noventa son así,
van riendo de Calisto y de Janeiro,
sonriendo por el metro de Madrid.
Que levanten ya los niños de primera
que esta noche solo firmo ser así;
que se inunde todo el cuerpo y sus caderas:
Divenire , Ludovico Einaudí…
Que varices ya no os roben la alegría,
que no importe que se pierda lozanía,
y os invada con su ritmo, el parkin-són.
Que se aprieten más las manos aquel día
Que la muerte les espere en el tranvía
Y que triunfe para siempre la ilusión.
Comentarios
Publicar un comentario